“LA VIEJA ESTACION”
Inspirado en “María Va”
Abandonada entre dorados ramajes, poblados de recuerdos,
silenciosa y nochera, surge la estación.
Allá, en la lejanía del paisaje, un olvidado tren, resuella y resuella.
Roque Vega
Acurrucado, sobre el andén de tantas ilusiones y desvelos, entre silenciosos bancos, descansa un perro.
Al otro extremo de la estación, desde la sala de espera, se divisa el largo camino que se hunde en el caserío.
Más allá, a la derecha del pueblo, el tabacal. Luego, la mirada se pierde sobre el horizonte.
Sobre el terraplén pastorean algunos animales. Patos y gallinas se pierden entre el yuyal; mientras el sol, danza su roja despedida escondiéndose sobre el callado surtidor de agua. Un tanto más allá, el molino, cuyas aspas apenas giran.
Prolonga el andén, el pedregal del camino viejo. Más lejos y espiando entre los yuyales, se divisa la ociosa y gastada barrera, después, las vías y el largo camino
de la arboleda.
Es el preciso instante del sortilegio, cuando la tarde se transforma en noche asomando la tempranera luna, que platea los rieles de un añoso y quieto ferrocarril.
Sobre la gastada y ladrillera pared que da al terraplén, se desliza suavemente la enredadera.
El viejo perro, cruza lo que otrora fuese la sala del jefe de estación. La amarillenta luz de la lámpara, que, iluminando menos que su sombra, deja percibir el azul de cada rincón.
Uno de esos rincones fue la estafeta; ahora, ese lugar, es el obligado refugio de prolongadas y silenciosas mateadas.
A través de la pequeña ventana, Ramón presintió la tenue luz del farol anunciando que, el gringo, nuevamente, estaba rumbo a la estación.
El gringo no se da por vencido, la lucha a diario.
Todas las noches, a la misma hora, toma servicio, revisa cada una de las cosas. Jamás, por causa alguna, ha faltado a su cita con la estación.
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