Muchas veces, el recuerdo, es parte de esa realidad,
que vuelve a ser recuerdo.
Me negué varias veces ¡no tenía ganas de ir!
Sistemáticamente busqué una y otra forma. Una y otra excusa, llegando a la convicción, que la única solución, era ir a la fiesta.
La boda, se realizaría la segunda semana de diciembre, eso me pesaba bastante, el agobiante clima, y sin contar que, a esa altura del año, el cansancio se nota por todos lados.
Hoy, a la distancia, pienso que, de no haber ido, jamás hubiese contado esta historia; y lo que es peor, nunca hubiese conocido el intenso fuego interior, desvelando las rojas entrañas de mi volcán.
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